Ética
en ciencia
"La exaltación de la ciencia pura es [...] una defensa [de] la
investigación científica como una actividad socialmente valiosa [...] Las
comodidades y ventajas que se derivan de la tecnología y, en última instancia,
de la ciencia [también] invitan al apoyo social de la investigación
científica"
-- Robert K.
Merton (1938) iii
Hay tres enfoques diferentes, aunque
relacionados, respecto a la ética en ciencia. En primer lugar, dado que la distinción entre ética y ciencia se
ha expresado con frecuencia como la distinción entre hechos y valores,
hay análisis que tratan de salvar ese hiato, bien argumentando
el "hecho" de que los seres
humanos tienen y necesitan valores, o bien manteniendo que la promoción de la
investigación de los hechos
científicas es en sí misma un
"valor". En segundo lugar, algunos enfoques exploran la
ética profesional de la práctica científica, por ejemplo,
los principios morales y valores de
los científicos en tanto que científicos. En tercer lugar, otro enfoque
argumenta que debido al impacto
social de la
ciencia moderna, los científicos deberían adoptar alguna forma de ética social, entrando así en el campo del análisis
de la política pública.
Si dejamos de lado el primer
enfoque, que tiende
a ser fundamentalmente teórico, el segundo y el tercero pueden describirse, respectivamente, como un análisis
internalista y otro externalista sobre la ética en ciencia. Con respecto a los enfoques
internalistas, el sociólogo Robert K. Merton
identificó en 1940 lo que denominó el "ethos de la ciencia" o un "complejo de valores y
formas que [son vividos] como
imperativos para el hombre
de ciencia". Cuatro
principios se suponen centrales en este ethos: el universalismo
o compromiso con la objetividad;
el comunismo o la disposición a compartir el conocimiento; el
desinterés, estrechamente relacionado
con el universalismo y la objetividad; y el
escepticismo organizado. Merton
suponía que los científicos, especialmente
en las sociedades democráticas, se rigen en general
por estos ideales.
Durante la Segunda Guerra
Mundial y la posterior guerra fría, la
existencia de tal ethos fue con frecuencia esgrimida para defender la
imposibilidad de que los regímenes
fascistas o comunistas pudiesen
promocionar la ciencia y beneficiarse de ella. En efecto, la oposición
de científicos como Albert Einstein a la Alemania nazi o la
crítica de Andrei Sajarov a la Unión Soviética fueron consideradas como una confirmación de
este análisis. Además, en respuesta
a las críticas de la ciencia por la
creación de armas nucleares y su contribución
a la contaminación ambiental, apologistas como Mario Bunge han defendido una distinción radical entre ciencia y tecnología. Para Bunge, la ciencia
como conocimiento es neutral con respecto a la acción y, por tanto,
moralmente inocente; sólo las acciones
de la ciencia aplicada o la tecnología
son susceptibles de juicio ético,
siendo así capaces de culpabilidad moral.
Sin embargo, durante las últimas tres décadas, y especialmente durante los años 80, un cierto
número de casos bien conocidos
han comenzado a revelar públicamente que los científicos, incluso en
occidente, con frecuencia fracasan en
vivir de acuerdo con sus propios
estándares éticos. La historia de James T. Watson en The Double Helix (1968)iv acerca de la carrera intensamente competitiva hacia el descubrimiento
de la estructura del ADN, mostró
que los científicos suelen estar poco dispuestos a compartir el
conocimiento cuando éste puede ayudar a
otros a arrebatarles un descubrimiento,
y que la búsqueda del
prestigio científico no es en absoluto desinteresada. La posterior lucha de David Baltimore, Premio Nobel
y presidente de la Universidad
Rockefeller, para invalidar las
sospechas sobre presuntos datos fabricados
en un artículo del que él era coautor, así como la disputa
sobre el descubrimiento del virus del SIDA entre Robert Gallo, del Instituto Nacional de
la Salud de Estados Unidos, y Luc Montangier, del Instituto Pasteur en
París, sólo han conseguido aumentar el
escepticismo acerca de la existencia de una rígida ética internalista de la ciencia que sea diferente de las
otras élites que sirven a sus propios
intereses.
Los conflictos de intereses, la mala conducta y el fraude
parecen en ocasiones tan comunes entre
los científicos como entre otros
muchos grupos. Esto ha dado lugar a
que algunas organizaciones científicas respondan con esfuerzos
específicos para promover una
conducta más ética en la ciencia. La Asociación Americana para
el Avance de la Ciencia (AAAS
--American Association for the Advancement of Science), por ejemplo, creó un Comité especial sobre la Libertad y la Responsabilidad Científica que
en 1980 hizo público un informe titulado "Actividades de Etica Profesional en las
Sociedades Científicas e Ingenieriles".v Pero el hecho
de que sean los periodistas y políticos quienes han continuado
sacando a la luz una buena parte de la conducta no
profesional de la comunidad
científica
pone en cuestión la tan repetida frase de que la ciencia es capaz de
corregir sus propios errores.
Estos interrogantes respaldan la importancia de las perspectivas
externalistas sobre la ética en
la ciencia. El "contrato social" típico del
siglo XX entre la ciencia y el
estado consistía en que el estado debería proporcionar a la ciencia un gran apoyo económico, dejando
a los científicos (al menos nominalmente) decidir entre ellos
sobre su distribución, y que la ciencia a su vez debería
proporcionar al estado armas
poderosas y otros beneficios tecnológicos. La "ciencia pura" se veía
como algo bueno en sí mismo y,
a la vez, como algo que
con el tiempo produciría numerosos beneficios prácticos. Pero los beneficios
prácticos de la "ciencia
aplicada" sólo podían alcanzarse si la ciencia recibía un apoyo y autonomía considerables, sin presiones para producir
resultados con demasiada rapidez.
Este contrato social, que tiene
sus orígenes en la Primera Guerra Mundial pero que recibe su formulación
más articulada en la obra Science- The Endless Frontier:
A Report to the President on a Program for Postwar Scientific Research (1945) de Vannevar Bush, consejero científico de Estados Unidos,
ha sido socavado por al menos cinco factores interrelacionados:
-
el coste cada vez
más alto y la creciente abstracción de los proyectos en
la Big
Science;
- el fin de la guerra
fría;
- las necesidades sociales en competición;
- la degradación ambiental;
- la competencia económica global.
Muchos proyectos científicos (tales como la exploración espacial, los grandes
aceleradores, y la investigación sobre el genoma humano) son
tan caros que la financiación
puede llegar a superar el PNB de un alto porcentaje
de países industrializados avanzados,
produciendo resultados (como el
descubrimiento de un agujero negro o una nueva partícula subatómica) con poco valor práctico inmediato. El fin de la guerra fría
ha privado a la ciencia del apoyo derivado de la rivalidad entre las superpotencias, al tiempo que otras necesidades
sociales como la atención médica y la educación, así como los problemas de la degradación ambiental y
la competencia económica global,
contribuyen a desafiar al estado
para renegociar su apoyo a la "investigación pura".
Todo ello ha conducido también
a una nueva discusión acerca de la clase de responsabilidad
ética que deberían tener los ingenieros no sólo respecto a su profesión sino también con relación
a la sociedad.
De este modo, algunas de la cuestiones éticas fundamentales
con respecto a la ciencia pueden resumirse como sigue:
- ¿Hay una ética de la ciencia
distinta de la ética de cualquier otra
institución social? De ser así, ¿cómo debería hacerse cumplir: internamente, por los mismos científicos, o
también externamente a través de la sociedad?
- ¿Hay alguna diferencia ética entre la ciencia
y la tecnología?
- ¿Cuáles son las responsabilidades
morales de los científicos respecto a la sociedad, y de los ciudadanos respecto a
la ciencia y los científicos?
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario